La
situación era difícil y no había mucho que comer, aún quedaba un poco
de atún y el televisor solo emitía estática; olvidé pagar mi suscripción
de tv por cable. Finalmente el dinero de la beca se agotó y el momento
indeseado llegó: tenía que salir al mundo exterior para sobrevivir,
encontrar un trabajo, ganar algo de dinero, o tal vez, estafar a alguna
de esas personas que aún creen en el buen corazón de la gente.
Con
el paso del tiempo recluido en casa, este lugar, mi hogar, se
transformó en un basurero: bolsas de frituras, platos desechables con
comida podrida, botellas de cerveza, ratones comiéndose los
desperdicios, ¡Como odio a los ratones!
A
pesar del desorden, todo parecía pertenecer a su sitio, un
orden-desordenado; la música de mis viejos discos de Nirvana hacían el
ambiente frío y desolador. Nunca tuve gusto por la música alegre o bonita, siempre
he creído que son el recurso hollywoodense perfecto, para crear la
ilusión de que la vida es feliz. Me tacharán de amargado, pero hay que
aceptar la realidad, pocos desean verla.
Me
fue difícil emprender el viaje fuera de mi escondite, de mi baticueva
nauseabunda; la luz de la tarde moribunda me era insoportable,
deprimente, me recordaba a ciertas películas de terror/suspenso, en las
cuales, la escena de un atardecer melancólico, era el preludio a un
desastre nocturno. Afortunadamente tenía un IPOD, la distracción
perfecta en mi camino de búsquedadedinerofácilyrápido. Me sorprendía,
cómo un aparato tan pequeño, puede contener tantas canciones y cómo
éstas representan: sentimientos, recuerdos, esperanzas, sueños, etc. La
tecnología es increíble, pero apesta a mercadotecnia, negocios, trabajos
mal pagados, en fin, todo es parte de todo, y yo (hipócrita) inmerso en
éste mundo hipócrita, más hipócrita que yo.
El parque parecía tranquilo, a excepción de una aglomeración extasiada; la causa: se jugaba el famoso: ¿Y dónde quedó la bolita?. No
presté mucha atención al principio; mi mirada se dirigió a una dama muy
bella, caminaba muy rápido, la cara de preocupación no ocultaba lo
hermosa que era, en esos momentos pensé en ir tras ella y tejer una
historia ficticia de amor en mi cabeza. No tenía demasiadas energías,
así que desistí a aquel pensamiento absurdo y tome asiento en uno de los
bancos solitarios del parque, hasta que un anciano tomo asiento a mi
lado; su sonrisa juguetona y maliciosa me perturbaba, empezó a
preguntarme sobre diversos temas, y yo respondía secamente, no me
interesaba platicar. Él entendió mi aburrimiento y mi falta de ánimo;
regresó su mirada maliciosa, y me habló de su reciente salida del
hospital psiquiátrico, me enseño su morral – que hasta entonces no me
había percatado de que lo llevaba – en el que tenía todo un coctel de
medicamentos. En efecto, sólo alguien como él podía dar semejantes
datos, todo parecía tener coherencia, hasta que me habló de los
asesinatos que lo llevaron a la casadelocos.
Mi expresión de sorpresa me delató, el anciano no aguantó y soltó una
risa estruendosa, me había jugado una broma, yo aún no estaba del todo
seguro.
Se
presentó, su nombre era Pedro Díaz, mejor conocido como el Rayo Díaz,
aún tenía dudas de la veracidad de sus palabras. Fue entonces, cuando el
tono de su voz cambió, y dijo que me había visto observar a la gente
que jugaba ¿y dónde quedó la bolita? ,
su rostro parecía el de un padre que intenta dar una lección a su hijo,
y así fue, me habló de algunos trucos para obtener algo de dinero en
ese juego. No perdí el tiempo y aposté mis últimos 100 pesos; gané a la
primera, con eso bastaba para los próximos 2 días. Los consejos del Rayo
Díaz me fueron útiles en los siguientes días, siempre que lo veía en el
parque, tenía una nueva actividad que me hacía ganar dinero. Sentí que
me aprovechaba del Rayo Díaz, él me ofrecía su sabiduría callejera y yo
no dada ningún signo de gratitud.
Un
día decidí invitarlo a comer, fui al parque como de costumbre, pero
nunca apareció, pasaron los días y no supe de él. Muchas veces creí que
el Rayo Díaz era una invención mía, un fantasma. Pronto me olvidé de él,
salía cada tarde, conseguía algo de dinero y así continuó mi rutina de
todos los días, hasta que una tarde antes de salir volví la mirada hacía
la cama, algo parecía extraño, miré bajo ella y allí estaba el morral
del Rayo Díaz, con todos los medicamentos para la esquizofrenia.
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