Fragmentos perdidos - J. Esteban Balam Ruiz


La situación era difícil y no había mucho que comer, aún quedaba un poco de atún y el televisor solo emitía estática; olvidé pagar mi suscripción de tv por cable. Finalmente el dinero de la beca se agotó y el momento indeseado llegó: tenía que salir al mundo exterior para sobrevivir, encontrar un trabajo, ganar algo de dinero, o tal vez, estafar a alguna de esas personas que aún creen en el buen corazón de la gente. 

Con el paso del tiempo recluido en casa, este lugar, mi hogar, se transformó en un basurero: bolsas de frituras, platos desechables con comida podrida, botellas de cerveza, ratones comiéndose los desperdicios, ¡Como odio a los ratones!

A pesar del desorden, todo parecía pertenecer a su sitio, un orden-desordenado; la música de mis viejos discos de Nirvana hacían el ambiente frío y desolador. Nunca tuve gusto por la música alegre o bonita, siempre he creído que son el recurso hollywoodense perfecto, para crear la ilusión de que la vida es feliz. Me tacharán de amargado, pero hay que aceptar la realidad, pocos desean verla.

Me fue difícil emprender el viaje fuera de mi escondite, de mi baticueva nauseabunda; la luz de la tarde moribunda me era insoportable, deprimente, me recordaba a ciertas películas de terror/suspenso, en las cuales, la escena de un atardecer melancólico, era el preludio a un desastre nocturno. Afortunadamente tenía un IPOD, la distracción perfecta en mi camino de búsquedadedinerofácilyrápido. Me sorprendía, cómo un aparato tan pequeño, puede contener tantas canciones y cómo éstas representan: sentimientos, recuerdos, esperanzas, sueños, etc. La tecnología es increíble, pero apesta a mercadotecnia, negocios, trabajos mal pagados, en fin, todo es parte de todo, y yo (hipócrita) inmerso en éste mundo hipócrita, más hipócrita que yo.


 
El parque parecía tranquilo, a excepción de una aglomeración extasiada; la causa: se jugaba el famoso: ¿Y dónde quedó la bolita?. No presté mucha atención al principio; mi mirada se dirigió a una dama muy bella, caminaba muy rápido, la cara de preocupación no ocultaba lo hermosa que era, en esos momentos pensé en ir tras ella y tejer una historia ficticia de amor en mi cabeza. No tenía demasiadas energías, así que desistí a aquel pensamiento absurdo y tome asiento en uno de los bancos solitarios del parque, hasta que un anciano tomo asiento a mi lado; su sonrisa juguetona y maliciosa me perturbaba, empezó a preguntarme sobre diversos temas, y yo respondía secamente, no me interesaba platicar. Él entendió  mi aburrimiento y mi falta de ánimo; regresó su mirada maliciosa, y me habló de su reciente salida del hospital psiquiátrico, me enseño su morral –  que hasta entonces no me había percatado de que lo llevaba – en el que tenía todo un coctel de medicamentos. En efecto, sólo alguien como él podía dar semejantes datos, todo parecía tener coherencia, hasta que me habló de los asesinatos que lo llevaron a la casadelocos. Mi expresión de sorpresa me delató, el anciano no aguantó y soltó una risa estruendosa, me había jugado una broma, yo aún no estaba del todo seguro.
 
Se presentó, su nombre era Pedro Díaz, mejor conocido como el Rayo Díaz, aún tenía dudas de la veracidad de sus palabras. Fue entonces, cuando el tono de su voz cambió, y dijo que me había visto observar a la gente que jugaba ¿y dónde quedó la bolita? , su rostro parecía el de un padre que intenta dar una lección a su hijo, y así fue, me habló de algunos trucos para obtener algo de dinero en ese juego. No perdí el tiempo y aposté mis últimos 100 pesos; gané a la primera, con eso bastaba para los próximos 2 días. Los consejos del Rayo Díaz me fueron útiles en los siguientes días, siempre que lo veía en el parque, tenía una nueva actividad que me hacía ganar dinero. Sentí que me aprovechaba del Rayo Díaz, él me ofrecía su sabiduría callejera y yo no dada ningún signo de gratitud. 

Un día decidí invitarlo a comer, fui al parque como de costumbre, pero nunca apareció, pasaron los días y no supe de él. Muchas veces creí que el Rayo Díaz era una invención mía, un fantasma. Pronto me olvidé de él, salía cada tarde, conseguía algo de dinero y así continuó mi rutina de todos los días, hasta que una tarde antes de salir volví la mirada hacía la cama, algo parecía extraño, miré bajo ella y allí estaba el morral del Rayo Díaz, con todos los medicamentos para la esquizofrenia.

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