Requesón para mi amor - Esther Gracida
A Hilda no le molestaba y, hasta cierto punto, le causaba gracia que la princesa jamás pasaba por alto hacerlo, como si el mal olor pudiera transmitirse con solo mirarla a ella.
Usó su delantal para limpiarse el sudor que le escurría por el rostro, enlodado por causa de la polvareda que se había levantado con las ruedas del transporte principesco.
Respiró hondo el aroma de todo aquello. No, para ella no era un hedor espantoso lo que había allí, era una fragancia más deliciosa que la de un rosal en plena primavera. Era el olor del esfuerzo y del orgullo de trabajar lo que poseía, como su vestido con solo tres agujeros, que portaba con elegancia por tenerlo en tan buen estado en tiempos tan duros.
Cerró la puertecilla de madera de la barda, agachándose sobre ella para poder poner del otro lado una roca que la detuviera. Colocó su cesta bajo el brazo y antes de tomar camino se arrodilló en la senda fuera de su casa llenándose ambos bolsillos de tierra.
Vivió en la calle durante su niñez, sin haber conocido a sus padres, pero un pobre panadero cuidó de ella cuanto pudo. Tomando un puñado de la valiosa harina que guardaba en el delantal, se la mostraba siempre diciéndole:
Todas las mañanas pongo harina en mis bolsillos para nunca olvidar quien soy. Pequeña, no permitas que el suelo en tus pies te desvíe del camino.
Se lo repetía tantas que veces que con su mentalidad de niña siguió su ejemplo, poniendo tierra en lugar de harina en su propio mandil para nunca olvidarlo. Era la plebeya más feliz de todo el reino con bolsillos terrosos, y la vida y el pan fueron sus mejores escuelas.
Quién iba a decir que aquella huérfana sin un centavo se convertiría más tarde en la esposa del príncipe heredero cuando esa misma mañana se acercó a venderle un requesón.
La princesa, al ver a Hilda aproximándose en el mercado, se puso la mano en la nariz tan rápidamente que le dio con el brazo a una lámpara de aceite de un vendedor próximo, y por descuido, fue a caer sobre la capa de su hermano mayor prendiéndole fuego.
Hilda sin pensarlo le salvó la vida tirando puñados de tierra de sus bolsillos sobre él. Sonrió al príncipe al ver lo que había logrado y él río a carcajadas al comprender lo sucedido, a la vez que estornudaba por el polvo a su alrededor.
Fue doble amor a primera vista.
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1 comentarios:
Muy lindo :)
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